lunes, 8 de diciembre de 2008

4. Desde la cama.

Regreso a Zaragoza esta tarde, ojalá sea en un bus 1 de los buenos, cuatro de cada cinco tienen cinturón de seguridad, auriculares, radio am/fm, aire acondicionado y/o calefacción, mesita desplegable con posa bebidas, luz cenital independiente, prensa, espacio suficiente entre asientos y papel higiénico en el servicio. Del bus 2 espero la mitad de cosas enlistadas, que entendería de tener un precio diferente pero no, viajamos a lo cutre por los mismos euros. Ni la parada a mitad del recorrido es en el mismo sitio, es en el comedor de un hostal a la orilla del camino paralelo a la carretera 'de verdad'. También la gente es distinta, pocas veces he encontrado un sitmate agradable, suelen llevar ringtones horrorosos o escuchar música fea desde la terrible calidad sonora que el altavoz de un móvil a todo volumen puede ofrecer. 

Será ésta la última vez que viaje en autobús de vuelta a Zaragoza en meses o más. Tengo dos trenes para la siguiente semana y luego otro sólo de venida. Mi penúltima maleta y máquina de coser están aquí desde el viernes.

Seis y ocho de diciembre son fiesta nacional, por eso el puente. Tuve una semana tensa en la que hilé cinco noches sin cenar. Preferí evitar a Yolanda y variar mis motivos de desvelo, me choca comer de prisa o tener que levantarme entre bocado y bocado para atender a la pereza de dos cuarentones que en ocasiones no se mueven ni por el agua. Y luego, ocuparme de limpiar todo el cochinero sobre las once de la noche. 

Recuperé el apetito desde el sábado por la mañana, tanto que ayer me fui a la cama con medio chuletón y un montón de patatas fritas exquisitas, hoy repetiremos. Sigo nerviosa, no sé qué suerte corra mi fin de año, me encuentro tan excitada que apenas consigo dormir. 

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